Es tan cotidiana
la cercana cotidianeidad
y tan común
tan minúscula
tan insustancial
que uno se vuelve arena
insípida y áspera
acariciando el mar
al capricho del viento
incapaz de tocarlo
incapaces de abrazarlo
incapaces de nadar.
De espaldas al sol
nunca miro al cielo,
no me dejo tiempo.
Nos cegamos envueltos
en nuestra propia sombra
entrampados en un torbellino.
Ojalá nos diéramos tiempo
para lo verdadero
y absolutamente importante
esa sonrisa en la calle
el susurro de un árbol
el corazón de un amigo
y por qué no
notar el aleteo
de un hada en los ojos de un niño.
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